El hombre malo

Perro semi-hundido, Goya.

Cuenta la leyenda, que en una ladera del monte, en una casucha de piedra con un destartalado portalón azul con manchas marrones del oxido de las bisagras, vivía un hombre malo. Tan malo que nadie se acercaba a él por miedo, al que todos observaban desde la distancia, del que todos rumoreaban y al que todos evitaban. 

Decía la gente que tenía un huerto con frutales en su descuidado jardín, y un perro atado y hambriento al que no trataba bien.  Decía la gente que en plena postguerra, cuando no había comida, dejaba caer y veía podrirse en la tierra, la fruta de sus frutales, y las nueces de sus nogales.

Decía la gente que el hombre malo no tenia amigos, ni hablaba con nadie.  Pero la gente hablaba mucho, hasta que una persona, que se llamaba Roberto, dijo:  «Y se fuéramos a hablar con el hombre malo y le ofreciéramos ayudar en su huerto y sacar a su perro?», pero la gente decía que «No», que era muy malo.

Roberto no quería escuchar más historias que contaba la gente sobre el hombre malo. Y un día decidió ir a hablar con el hombre malo.  Dió en su puerta azul de manchas marrones. El hombre malo le saludó.  Y ese día estaba lloviendo, y bajo el pequeño porche de la puerta azul, hablaron de la lluvia, de los perales, de los manzanos y de los nogales.

La gente seguía hablando mal del hombre malo. Pero Roberto no escuchaba lo que la gente hablaba y otro día fue hablar con el hombre malo. Y le saludó, y el hombre malo le saludó a él.  Ese día, que no llovía, bajo un cielo azul recogieron peras, nueces y manzanas.  Y hablaron, del perro y de la huerta, del tiempo y de los frutales.

La gente seguía hablando del hombre malo, y decían que con el hombre malo no se podía hablar. Pero Roberto no escuchaba a la gente y fue a hablar con el hombre malo otra vez.  Y le saludó, y el hombre malo le saludó a él. Y como había salido el sol caminaron por el monte con el perro suelto, y al regreso el hombre malo le regaló unos cuantos kilos de manzanas, peras y nueces.

La gente seguía hablando mal del hombre malo, y decían que con el hombre malo no se podía hablar.  Un día cuando Roberto fe a ver al hombre malo, se lo encontró con un bote de pintura azul, pintando el portalón de su casa. Dejó la brocha y le dio una cesta para que recogiera tanta fruta quisiera. La gente hablaba como siempre del hombre malo, pero mientras tanto Roberto seguía hablando con él, paseaba a su perro y repartía —entre aquellos que tanto hablaban mal del hombre malo—, sus manzanas, nueces y peras. 

Un día, Roberto, con las cestas de manzanas y el perro del hombre malo junto a él, se acercó a la gente, y repartió las manzanas.  Les hizo saber que las manzanas y el perro eran del hombre malo.  Pero la gente, mientras masticaban las manzanas del hombre malo, decía que con el hombre malo no se podía hablar, que tenia un perro que nunca sacaba,  fruta que no compartía, y que el hombre malo era muy malo. Y Roberto, mientras acariciaba la cabeza del perro del hombre malo, veía que malo o no, el perro ya no estaba atado, y la gente comía sus manzanas.

1 Octubre 2020

Celebrando la vida

Mar, de Sorolla.

Cuando las vio en el mercado, se lo imaginó todo, ella en la terraza con su marido y su hijo: el vino blanco en las copas, el mar de fondo y el plato de almejas. Y no se lo pensó:


—Medio kilo de almejas por favor —dijo decidida.


Era algo un poco especial, pero la vida, se dijo, «es para celebrarla». Aunque a su hijo no le gustaban las almejas. Había visto un documental sobre el mar y se negaba a comer ningún animal marino. Decidió que le daría unas patatas fritas, tenía una bolsa en casa.


Observó como el hombre que le atendía, anudaba una redecilla y las metía en una bolsa de plástico.


—¿Algo más?


Podría haber comprado unas gambas también, pero decidió que con las almejas ya bastaba para lo que quería hacer. Le tendió un billete al hombre de la pescadería y recogió la bolsa de almejas del mostrador de acero inoxidable.


Abrió la mano para recoger unas monedas con los ojos fijos en el montón de almejas detrás de la vitrina de cristal, se abrían, algunas mostraban el cuerpo como en busca de algo, quizás la arena, quizás el mar.


Al llegar metería unas copas en el congelador. Le gustaba el velado tan atractivo que cogían las copas. Imaginó como caería el vino en ellas con el mar de fondo. Se imaginaba también el momento en que echaría, en ese hervor del agua, las almejas. Le gustaba hacerlo de golpe porque así, entendía ella, no sufrirían.


Eran casi las ocho de la tarde cuando entró por la puerta de su casa, con la bolsa de almejas colgando de la muñeca. Encontró a su hijo sentado sobre un taburete en la cocina comiéndose las patatas fritas. No quería que viera las almejas y se apresuró para guardarlas. Pero no le dio tiempo.


—¿Qué llevas ahí mamá?


Ya no era un niño pequeño que se le pudiera engañar fácilmente. Decidió decirle la verdad.


—Almejas.


—¿Almejas?, ¿están vivas? —el niño pegó un tirón a la bolsa de almejas


—¡Mira lo que has hecho! —gritó su madre.


En ese momento entró el marido que enseguida pudo ver lo ocurrido.

—¿Pero que has hecho? —exclamó mirando a su hijo con desaprobación.

—Me dan pena papá, ¡están vivas!


El niño se echó las manos a la cara y estalló en un llanto desconsolado.


Su padre, indiferente, puso un cazo de agua a hervir y apuntando con el dedo al niño dijo:


—¡Ahora las hierves tu!


Al momento se dio la vuelta bruscamente y se oyó un portazo.


Las almejas sacaban como lenguas sus cuerpos, intentando escapar quizás. La mujer recogió la redecilla y la puso en la pila. Al otro lado de la ventana pudo ver que el sol brillaba sobre la arena. Y se imaginó caminando sobre la arena descalza, con su hijo de la mano y el sol en la cara.


Bajó la mirada hacia sus manos, aun sujetando la redecilla de almejas en la pila. Pudo ver que las almejas se movian. Deslizó la mirada hacia su hijo, y pudo ver también, sus ojos llorosos, su piel blanca y pecosa, y su dedito que intentaba conectar con una almeja que se abría tras la redecilla.


—Quieren vivir —dijo el niño.


La mujer levantó la mirada hacia el mar, aun retumbaba en sus oídos la voz exaltada de su marido «Ahora las hierves tu!». Afuera la brisa hacia bailar las hojas de las palmeras. Se imaginó que la arena aun estaría caliente por el sol. Pudo ver que el mar estaba plano, respiraba paz. Y no se lo pensó, porque la vida, se dijo, «es para celebrarla».


—Apaga el gas y retira el cazo —ordenó la mujer.


—¿Qué?


—Haz lo que te he dicho. Y ponte los zapatos que nos vamos a la playa.


Se soltó el pelo, se cambió de zapatos, recogió las almejas en una bolsa, y dijo:


—Vamos hijo.


Caminaron en silencio con el sol en la cara y cogidos de la mano.


Las almejas venían también.


Al llegar a la arena se quitaron los zapatos.


—Remángate los pantalones también.


El hijo le sonrió.


—¿Están bien mamá?


—Si. —respondió seca la madre mirando la bolsa.


La brisa era cálida, al sol le quedaba poco tiempo en el cielo por ese dia; y por la bruma en la lejanía se fundía la linea del horizonte con el cielo. Aquella imagen superaba con creces la de unas copas de vino blanco junto a un plato de almejas.


Sus pisadas sobre la arena, aun caliente bajo sus pies, se volvieron pausadas. Todo era bonito, todo valía mucho más que unas almejas cocinadas. Su hijo le apretó la mano. En ese momento, el era feliz. Y ella, también.


Al llegar a la orilla, abrió la mujer la bolsa, y con cuidado de no dañar las almejas, deshizo el nudo de la redecilla.


El niño cogió con la redecilla y como si fuera un bebé la asentó sobre la arena.


La madre, viendo los mechones de flequillo del niño bailar sobre su cara emocionada, y la ternura con la que abrió la redecilla, sintió un cosquilleo en la nariz de emoción.


—¡Suéltalas ya, hijo!


—¡Ahora van a vivir mamá!


El niño miró primero a su madre y con estudiada ceremonia en sus movimientos, como quien corta el lazo de la entrada a una inauguración, las volcó, con gran satisfacción sobre la arena.


Y las almejas, con gran rapidez y sorprendente agilidad, se escabulleron; y en solo unos segundos habían desaparecido, metiéndose en la arena ante sus ojos.

Paula Ajuria, 2020

Tiny House, Tiny Impact, Tiny Cost…

And a lot of fun!  It’s a handsome little house now.  I have been working at it alone this winter, doing bits here and there, -someone said I couldn’t do it,  and that really got me going!   Now I am pleased to say that I am nearly finished with the rendering.  Two coats of clay-sand-mix over the straw-clay-fill, then one of lime-sand-mix.  It is interesting to see how well these materials work with water, -it’s been a very, very, wet year.  But the little house has stayed dry -the render  takes moisture up, but lets it go soon enough so there is never any dampness.

The cost of this straw-clay retrofit comes up to less than $500.

Tiny House nearly done!
Tiny House nearly done!

The Power of DIY! building

There’s nothing like it!  I love it!  Ok, so I’ve got this small old shed in my backyard, OLYMPUS DIGITAL CAMERAit is a basic timber structure lined with corrugated iron.  It is really not a pleasant place, it is too hot in summer, too cold in winter and dark. And so I thought, wouldn’t it be great if it could, one day, be a place for visitors to stay, or me to work in?

If I was to follow the norm it would be a matter of money, paying thousands only to have my ecological impact increased through the use of mainstream building materials.  And I didn’t want that so… here’s the internet!  It’s all there, they call it “debt free building” it’s a great way to think of it.  Google “light earth”, or “clay slip” and start getting the straw and the clay ready.

Because clay and straw are not abrasive materials even children can help.  If you are considering fixing up your shed and considering making it a habitable dwelling it must be under 20m2 and be 90cm away from your neighbours fence.  The best thing is to check with Council.  And the best thing is to do it your self!

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Australia Day

A younger me on Australia day in 1993
A younger me in 1993

Australia Day celebrates the arrival of the British in 1788. I feel fortunate to be here in this land. But lets face it, this was not Terra Nullius, people did live here, many peoples, with different languages, 250 languages and many cultures, this was their land, their country.   And it still is.

I am grateful to be here. But Australia day for my friends is no happy celebration day, it is a day to commemorate: the day of Mourning or Survival Day. And so this year in solidarity with them and in honouring the truth, I am bringing out a flag for Australia day: the Aboriginal flag.